La candidatura de Bachelet fue apoyada abiertamente por los intereses corporativos y geopolíticos del imperialismo norteamericano, la inmensa mayoría del empresariado y las cadenas periodísticas, sin contrapeso alguno, debido a su supuesto potencial para dotar de mayor gobernabilidad y continuidad del capitalismo ultra que regenta Chile desde hace casi 40 años.
Rebelión
Andrés Figueroa Cornejo
Lunes 11 de Noviembre 2011
Sobre los intereses y la fuerza popular
Claro que todavía falta. Claro que la dictadura cívico-militar significó una ofensiva histórica contra los trabajadores y los pueblos de Chile. Por supuesto que el Pentágono y sus subordinados nativos debían detener a cualquier precio una posible revolución en el último territorio que cuelga en el mapa del norte mandarín. Claro que entonces el establecimiento de tiranías castrenses se extendía como petróleo en América Latina como reacción al terror imperialista de la eventual recreación de experiencias inspiradas en la Cuba del joven Fidel y Guevara. Por supuesto que en Chile, con un gobierno -resultado de combates antiguos y contexto coyuntural- que tomaba medidas para caminar hacia la creación de las condiciones materiales y culturales en vistas al socialismo, la minoría en el poder dejó caer –horrorizada y echando mano a un golpe de Estado bien financiado, como cuestan las inversiones más rendidoras- la venganza de clase prometida y el espanto ejemplar para doblegar a un pueblo autoconciente y desarmado.
Naturalmente, con la memoria fresca y gatillada por la crisis de la deuda a inicios de los 80’, se reanimó y repolitizó ese mismo pueblo mancillado. Y ante el peligro, esta vez de los reflejos victoriosos de la Nicaragua insurrecta, se apresuró el pacto interburgués entre los viejos políticos golpistas y la embajada norteamericana para inaugurar una democracia de baja intensidad, vacunada contra asalariados y empobrecidos por fuerza y por ley. El crimen ya estaba consumado y en las mejores condiciones posibles para los dueños de todo.
Con la Unión Soviética en estado terminal y desde hacía casi dos décadas experimentando en Chile la nueva fase del capitalismo, hoy hegemónica, entre 1988 y 1990, se transitó en el país andino a lo que hasta ahora mismo es la versión dominante del orden mundial. Esto es, un capitalismo sólo imaginado por el liberalismo más delirante. Un Chile y sistema mundo donde todas las relaciones sociales se han vuelto mercancías; la concentración capitalista con aval estatal; las formas más originales de súper explotación del trabajo asalariado; la manga ancha para vaciar los recursos naturales a precio de feria y a costa de humanidad; y el imperialismo financiero funcionando como holding monopólico para que desde su panel de controles se digiten las condiciones de la producción, la distribución, el intercambio y el consumo.
Y, cómo no, la proliferación de leyes antiterroristas dedicadas a todos quienes levanten cabeza. La represión preventiva y por sospecha, la cultura de la alienación cada vez más sofisticada, el conformismo y la fatalidad. Y como cáscara brillante a punta de preservantes autorizados, una democracia antipopular y más limitada incluso que la jubilada república representativa. El reino de la deuda y la especulación. El voto cada tanto como parodia de participación, tal cual la educación como ilusoria palanca de movilidad social.
La administración planetaria de la desigualdad, la industria de las armas, el narcotráfico y la prostitución; la competencia a muerte entre fracciones del capital; el empeoramiento absoluto y relativo de la vida de la inmensa mayoría terrícola. La extinción del Estado de bienestar, la naturalización de la miseria, la dependencia actualizada de las economías periféricas.
La contradicción estructural de la apropiación privada del valor y el excedente colectivamente producido. La rebeldía de los territorios sociales todavía insuficientes para modificar radicalmente la vida. Nuestras faltas como resistencia organizada o mal organizada o nada organizadas. El enemigo principal saboteándonos la voluntad, la experiencia acumulada, la persistencia necesaria. La convicción de que las contradicciones internas del capitalismo no lo derrumban por sí solas. La juventud rebelde buscando a tientas, con rostro de mujer, de indígena, de migrante, de ambientalista bravo, de creyente emputecido, de trabajador y de estudiante pobre. El orden de las cosas y las cosas bien ordenadas de los numerados de arriba.
Pero hasta el palco mejor cementado cede cuando se inquieta la galería sin butacas de los plebeyos.